por José Antonio Zarzana | 09 November, 2020 |
Tenía yo siete años, cuando un buen día mi padre se puso a trasegar vinos picados mientras yo sujetaba la jarra de nueve litros que me pesaba como una condena intermitente, porque cuando había terminado felizmente de rociar cada jarra, había que llenar otra y otra y otra… Así sucesivamente hasta que media bota jerezana se llenase con sus -para mí- inalcanzables 250 litros de capacidad.