Ctra. Jerez - Sanlúcar desvío Las Tablas Km 1,5


          Historia de una Botella…

Desde su fundación y hasta bien entrado el siglo XX, esta casa vendió sus vinos de uva pasa de Pedro Ximénez en “bota jerezana de exportación”, o lo que es lo mismo: barrica de roble de 500 litros. En Jerez había muchos toneles de castaño de 700 ó 750 litros, que permanecían siempre en las bodegas. El castaño es mucho más frágil que el roble y éste último resistía mejor los golpes e inclemencias del viaje a Inglaterra -nuestro mercado por excelencia-. Pero el castaño se agotó como madera recurrente tras la deforestación provocada en España durante la guerra y posguerra civil y hoy es una madera casi inexistente en tonelería.

Los productores que hacían este tipo de suministro “sin embotellar” se llamaban en Jerez “almacenistas”. La fama sobre la calidad de sus vinos, se debía a que en lugar de “hacer marca” y convencer con publicidad y promoción al consumidor final, solamente contaban con la calidad de sus elaboraciones, para conseguir las compras de los importadores de vinos formados en la estricta Vintners´ Company de Londres, que fueron quienes para ser honestos, decidieron a grandes rasgos el “sherry” que hoy conocemos.

Es por ello, que al no tener botellas etiquetadas, ni nuestra bodega –que era almacenista-, ni muchas otras de su misma naturaleza, se planteaban siquiera tener una marca, ni pretendían ser conocidas bajo nomenclatura alguna que fuese más allá de la propia razón social. Era Jerez tierra de viticultores, toneleros, arrumbadores, capataces y gente emprendedora orgullosa de su pasado. En nuestro caso ser “Sucesores de Phelipe Antonio Zarzana Spínola”, que llevaba en sus venas la sangre el héroe de Breda y había fundado la primitiva Maestranza de Caballería de Jerez, era más que suficiente para que no se eliminara de la denominación social, el segundo apellido del “iniciador de nuestra actividad bodeguera”, que es quien de verdad tuvo el mérito de empezar en este oficio.

Durante el verano de 1894 y con la filoxera asolando los viñedos de Centroeuropa, el empresario francés Antoine Vergier Jane, representante del vidriero de Lyon André Bocouze, presentó en el Grand Hotel de París la idea de fabricar botellas en la ciudad del sherry ante una comisión de importadores británicos, que con sus pedidos a los almacenistas de la zona, harían viable aquel proyecto. Ese mismo año la plaga había empezado a hacer estragos en Jerez, pero el sistema de soleras creado por los productores de la zona garantizaba una estabilidad en las calidades que era impensable en otras regiones vitícolas.

La fábrica de botellas se puso en marcha al año siguiente, se llamó “La Jerezana” y estuvo en producción 114 años. Nuestra casa recibió pedidos de vino etiquetado en los que se “invitaba” a adoptar un modelo de marca comercial, donde como mucho se expresaran las cualidades del producto con dos palabras fáciles de pronunciar para un británico. Así nació el primer “Ximénez-Spínola” elaborado por los Sucesores de Phelipe Antonio Zarzana Spínola, que sólo hacían Pedro Ximénez. Tan simple como práctico… Quizás pocas palabras para algo tan romántico. En la etiqueta -impresa solo a tinta negra-, destacaba la marca con letras gruesas que se diferenciaba claramente del resto del texto, pero su contorno se llenó de historia, procedimientos y valoraciones -aún discutidas- como la autoría de Peter Siemens en las primeras plantaciones, que a pesar de ser objeto de debate ampelográfico, nos hemos negado a suplantar con el paso de los años. Lo más paradójico, es que esta etiqueta escrita en español para un mercado de lengua inglesa, quería resumir toda una tradición familiar en dos palabras fáciles de recordar. Dos palabras para un español son apenas el preludio de algo, pero nunca podrán resumir todo lo que hay detrás de cuanto significan.

Las botellas negras hechas en Jerez, dieron paso al vidrio transparente de base ancha soplado en Francia. Sin embargo y con algunos cambios y mejoras, hoy nuestra etiqueta sigue siendo esencialmente la misma. Su contenido no ha cambiado y aunque desgraciadamente la fábrica de vidrios que la motivó haya dejado de existir, nuestra botella no va a sufrir más modificaciones, mientras nos queden fuerzas y recursos para impedirlo. A estas alturas de la historia, si no valorásemos estas pequeñas cosas ¿qué sentido tendría el paso del tiempo?

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